viernes, 16 de diciembre de 2011

Estulticia ¿navideña?

Esta mañana, al entrar al trabajo, me he encontrado con tres desconocidas elegantemente vestidas y maquilladas; con la elegancia que una elige para ir al festival de Benidorm o para ir a la boda de su prima. Las tres portaban voluminosas bolsas y se comportaban de la forma más extraña: vigilaban desde la esquina antes de aventurarse en un pasillo, acechaban los despachos, daban grititos y correteaban lo que les dejaban los tacones, todas presas de una gran excitación.
-Disculpen, señoritas, ¿qué desean?
-¡Shhhh! ¡Aparta!
En ese momento me he dado cuenta de que las tres, bajo alisados japoneses y un recogido imposible, eran compañeras del centro. Teniendo en cuenta que sólo somos once y antes de recordar que hoy era la comida de navidad, he considerado la posibilidad de que fuera una broma o de que el director hubiera impuesto algún juego de role play a la plantilla,  tal era la transformación de su aspecto y su comportamiento.
-Jo, qué guapas os habéis puesto...
-Claro, ¡como tú eres tan soso y no quieres venir...!
-Ya me gustaría, pero es que tengo ir al funeral de mi tía-abuela, la de Galicia. ¿Y qué os pasa? ¿Qué son esas bolsas?
-Es el regalo del amigo invisible, que tenemos que dejar todos en el despacho vacío del fondo y no queremos que nos vean para que no nos reconozcan luego por la bolsa.
Claro, me lo han puesto a huevo:
-¡Pero si no se os reconoce a vosotras!
Lo inapropiado de la locución a hecho que todo se congelara durante décimas de segundo, transcurridas las cuales y tras tres miradas de desprecio absoluto han seguido corriendo hacia el susodicho despacho armando un considerable jaleo que nada tenía que ver con la discreción.

Una vez en el tajo, ha sido bastante difícil concentrarse y hacer algo.
-Jo, es que ya, en estas fechas, no apetece hacer nada, ¿verdad?
Nada;  nada absolutamente. A lo largo de la mañana la conversación ha ido despeñándose por un precipicio insalvable: desde temas sesudos como religión ("yo no soy muy religiosa, pero hay que ver qué bonitas son las ceremonias" o "yo no creo en los curas pero el mensaje me parece ideal"), hasta la compra de ropa y complementos, reyes de los niños y dulces navideños (dulces que algún amigo invisible ha materializado generosamente en la mesa principal)
Como el ambiente ha ido animándose, el señor director,  ese ser dotado con una admirable capacidad organizativa e impactante rapidez mental,  ha tenido a bien agasajar a la concurrencia con un vinillo dulce que se ha servido en grandes vasos de plástico blanco y unas latas de refrescos, "por si las chicas no querían alcohol".
Ha sido imposible no recordar viejas anécdotas del centro: equivocaciones graciosas de los alumnos, apellidos asombrosos que aparecen en los listados, o aquella hilarante ocasión en la que se perdieron en la basura los exámenes de una señora que empleaba todo su esfuerzo en estudiar por la noche tras su dura jornada laboral.

Sintiéndome culpable por no ir a la comida (a pesar de la amable insistencia y cariñosa presión de las organizadoras) y por no participar en el amigo invisible, me he animado a contar algo gracioso y he recordado públicamente que lo que más me llamó la atención cuando llegué al centro fue la clave que el señor director puso al ordenador principal: "brasileñas". Se ve que la gente ya estaba cansada de tanto chiste, porque no he tenido mucho éxito, pero al menos he participado en la algarabía general del momento.

Viéndonos a todos juntos y,  en contraste con los tíos, vestidos de diario,  quedaba patente que las chicas se habían arreglado, peinado y maquillado excesivamente. Todas. Todas menos una. La más mona de ellas. Una de la que hemos tenido que sufrir un humor de perros toda la mañana y que tras, dos horas de congestión y varios vinillos ha explotado:
-¡Al menos llevaréis maquillaje alguna! ¡A mí nadie me ha dicho que había que arreglarse!
La chispa del mal rollo ha quedado neutralizada rápidamente por el apoyo masculino:
-A mí tampoco, pero hubiera dado igual: no me iba a arreglar de ninguna forma...
-Tú no te preocupes, si tú estás bien siempre...
Carmen-Cari, con varios achuchones, también ha contribuido:
-No pasa nada, cari, que yo llevo de todo en el bolso. Ahora nos metemos en el baño y ya verás que guapa te dejo...

Por fin ha llegado el momento más feliz: la entrega de regalos del amigo invisible que, por esas cosas de la improvisación o porque se ha empezado por el regalo más caro, de repente, se ha descubierto y se ha hecho visible. 
Yo, desde el principio, y aunque no participaba, he puesto mis objeciones: que por qué no los dais en la comida ("porque Marichuchi, la pobre, no puede ir porque está su madre mala y ella SÍ que ha participado, no como yo") y que por qué se descubre el amigo después de tanto disimulo y misterio para entrar ("yo lo digo porque me apetece decirlo, si alguien no quiere que se lo calle").
La enfermedad de la incontinencia verbal me ha jugado otra mala pasada entonces:
-¡Pues yo creo que es mejor no decirlo, porque así,  al que le toque un TRUÑO,  podrá quejarse públicamente para escarnio del amigo invisible sin dirigirse a él directamente.!
En ese preciso instante,  el compañero que tenía a mi lado ha abierto este regalo:

Una bonita diana de felpa con dardos de velcro.
De nuevo, unos instantes de congelación general me han recordado que debía llegar a tiempo del funeral a Galicia y he salido pitando aunque faltaban diez minutos para salir.
-Con la venia, señor director.
-Márchese, márchese, hombre. Y siento lo de su prima. O lo de su abuela o quién fuera.

2 comentarios:

  1. Buen relato, ¿De verdad eres el revienta fiestas?

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  2. Hasta ahora solo era consciente de ser un metepatas, pero ese día me di cuenta de que sí, puedo ser revienta-fiestas también.

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